Una y otra vez el maestro les insistía a sus
discípulos en la necesidad de ganar la calma mental y desarrollarla. Era
una constante de sus enseñanzas, hasta tal punto que los discípulos,
habiendo oído esta admonición tantas veces, le preguntaron:
- ¿Por que insistes tanto en la calma mental?
El maestro repuso:
- Quiero que vayáis hasta donde haya un salto de agua y tratéis de miraros en sus aguas.
Así lo hicieron los discípulos y, cuando regresaron, le comentaron al maestro:
- Apenas pudimos ver nuestros rostros. Los rostros se desfiguraban.
Entonces el maestro les dijo:
- Ahora acercaros a las calmas aguas de un lago y miraos en las mismas.
Así lo hicieron los discípulos, que al regresr junto al maestro dijeron:
- En las serenas aguas del lago hemos podido contemplar perfectamente nuestras caras.
- ¿Os dais cuenta? Así, en la calma profunda de la mente, uno puede ver su verdadero rostro interior y evolucionar.
(Ramiro A. Calle)