VIVIR EL PRESENTE
Un hombre se le acercó a un sabio anciano y le dijo:
- Me han dicho que tú eres sabio....Por favor, dime qué cosas puede hacer un sabio que no está alcance de las demás personas.
El anciano le contestó:
- Cuando como, simplemente como. Duermo cuando estoy durmiendo, y cuando hablo contigo, sólo hablo contigo.
- Pero eso también lo puedo hacer yo y no por eso soy sabio, le contestó el hombre sorprendido.
- Yo no lo creo así. Le replicó el anciano. Pues cuando duermes recuerdas los problemas que tuviste durante el día o imaginas los que podrás tener al levantarte. Cuando comes estás planeando lo que vas a hacer más tarde. Y mientras hablas conmigo piensas en qué vas a preguntarme o cómo vas a responderme, antes de que yo termine de hablar.
"El secreto es estar consciente de lo que hacemos en el momento presente y así disfrutar cada minuto del milagro de la vida"
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POEMA
En un círculo de un metro de ancho
Te sientas, y oras, y cantas.
En un refugio de diez metros de ancho
Duermes bien, y la lluvia te arrulla una canción de cuna.
de ancho
Siembras arroz y crías cabras.
En un valle de mil metros de ancho
Recoges leña, agua, y granos silvestres.
En un bosque de diez kilómetros de ancho
Juegas entre zorros, halcones, víboras y mariposas.
En un país montañoso
De cien kilómetros de ancho
Se cuenta que alguien vive con serenidad.
En un círculo de mil kilómetros
Visitas arrecifes de coral en verano
O hielos que flotan en los mares invernales.
En un círculo de diez mil kilómetros
Deambulas por cualquier rincón de la Tierra.
En un círculo de cien mil kilómetros
Nadas en un mar de estrellas fugaces.
En un círculo de un millón de kilómetros
Entre flores esparcidas de mostaza amarilla
Ves la Luna al oriente y el Sol al poniente.
En un círculo de diez mil millones de kilómetros
Saltas fuera del mandala del sistema solar.
En un círculo de diez mil años luz
La galaxia florece resplandeciente en primavera.
En un círculo de mil millones de años luz
Andrómeda se disuelve, pequeña flor de guinda que pierde sus pétalos.
Y ahora, dentro de un círculo de diez mil millones de años luz,
Se desmorona toda noción de tiempo y espacio
Y de nuevo te sientas, y oras, y cantas
Te sientas, y oras, y cantas.
NANAO SAKAKI
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CHIYONO
Chiyono era una mujer bella. Aunque en su interior atesoraba el amor más puro y hermoso, la mayoría de los hombres que se acercaron a su vida buscaban disfrutar del deseo que les despertaba la perfección de su cuerpo. Y Chiyono descubrió que no había hombre que pudiera corresponder a su amor; que el único amante que podía ver lo que los ojos velaban era el amor divino. Y vagó de monasterio en monasterio, y en todos recibió la misma negativa. Su belleza sólo podría alterar la tranquilidad de los monjes, y hasta era posible que consiguiera con su sola presencia que más de uno abandonara la austeridad y el silencio. Chiyono, cansada de ser valorada sólo por su aspecto, deformó su cuerpo sometiéndolo a dolorosas quemaduras. Su rostro, de piel aterciopelada y blanco perla, era ahora carne viva y purulenta. Tras recuperarse de sus heridas, decidió volver a visitar los monasterios que antes le habían cerrado sus puertas. Al ver su aspecto y conocer el porqué de su estado, los monjes aceptaron respetuosamente su presencia y valoraron su deseo de volcar su vida al despertar divino. Cuando pudo por fin dedicarse a lo que quería, estuvo años -década tras década- realizando las mismas rutinas, pacientemente, intentando mantenerse alerta a las indicaciones de los maestros y a sus propias experiencias. Su vida era bien sencilla; pero había aprendido que no eran las actividades en sí las que daban plenitud y sentido a la vida, sino la actitud con que éstas se realizaban. De sus maestros había aprendido también a observarse al caminar al fregar el suelo… al preparar la comida… al meditar sentada frente a un muro carente de objetos…
Observaba su aburrimiento, su tristeza, su ira, su sueño… y sabía que en la realidad iluminada nada de esto era de ella… Si se aburría, se decía: ―el aburrimiento está pasando por mí!… Si reaccionaba con ira, no la reprimía ni justificaba; se observaba y se decía: ―la ira está pasando por mí!. Y así estuvo años y más años, intentando ir más allá de la aparente repetición de la rutina, para descubrir la cualidad de frescura y espontaneidad que tenía, no lo acción en sí (fuera o no fuera nueva), sino la vivencia constante en el eterno presente.
Una noche, realizando una de las tareas propias de su rutina, fue a buscar agua a un pozo cercano. Tras llenar el destartalado cubo, se dispuso a llevarlo con calma y cuidado para no perder parte de su preciado contenido durante el camino. La noche, de nubes y claros, estaba tenuemente iluminada por el resplandor de una hermosa luna llena. Chiyono alternaba su vista en el suelo, la Luna y el reflejo oscilante de ésta en el agua del balde. De repente, mientras observaba el reflejo de la luna en el agua, tropezó, cediendo las asas y rompiéndose al impactar contra el suelo.
Durante unos instantes, la monja Chiyono permaneció inmóvil, observando los restos del cubo y cómo el agua se filtraba poco a poco en las porosidades del suelo… Luego, miró directamente a la luna… Y en ese sencillo percance, tras años de esfuerzo, paciencia y tenacidad, Chiyono se iluminó.
Rememorando lo que sintió en ese instante, escribió:
De un modo y otro traté de mantener el cubo íntegro, esperando que el débil bambú nunca se rompiera. De repente, el fondo se cayó. No más agua; no más reflejo de la luna en el agua: vaciedad en mi mano
IGNORANCIA
Se trataba de dos amigos no demasiado inteligentes.Se despertaron a media noche y uno le dijo al otro:
- Sal fuera y dime si ha amanecido. Observa si ha salido el sol.
El hombre salió al exterior y comprobó que todo estaba muy oscuro. De vuelta explicó:
- Está todo tan oscuro que no me es posible ver si el sol ha salido.
Y el otro repuso:
- No seas necio. ¿Acaso no puedes encender una linterna para ver si el sol ha salido?
Muchas veces así procede el ser humano en la búsqueda espiritual, sin utilizar sabiamente el discernimiento, la capacidad de discriminación.
EL HOMBRE QUE ESCUPIÓ A BUDA
En una ocasión, un hombre se acercó a Buda e, imprevisiblemente, sin decir palabra, le escupió a la cara. Sus discípulos, por supuesto, se enfurecieron. Ananda, el discípulo más cercano, dijo dirigiéndose a Buda:
- ¡Dame permiso para que le enseñe a este hombre lo que acaba de hacer! Buda se limpió la cara con serenidad y dijo a Ananda:
- No. Yo hablaré con él. Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, habló de esta manera al hombre.
-Gracias. Has creado con tu actitud una situación para comprobar si todavía puede invadirme la ira. Y no puede. Te estoy tremendamente agradecido.
-También has creado un contexto para Ananda; esto le permitirá ver que todavía puede invadirlo la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y queremos hacerte una invitación.
-Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupir a alguien, piensa que puedes venir a nosotros.
Fue una conmoción tan grande para aquel hombre... No podía dar crédito a sus oídos. No podía creer lo que estaba sucediendo. Había venido para provocar la ira de Buda. Y había fracasado. Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama y no pudo conciliar el sueño. Los pensamientos lo perseguían continuamente. Había escupido a la cara de Buda y éste había permanecido tan sereno, tan en calma como lo había estado antes, como si no hubiera sucedido nada...
A la mañana siguiente, muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo:
- Por favor, perdóname por lo de ayer. No he podido dormir en toda la noche.
Buda respondió:
-Yo no te puedo perdonar porque para ello debería haberme enojado y eso nunca ha sucedido.
-Ha pasado un día desde ayer, te aseguro que no hay nada en ti que deba perdonar.
-Si tú necesitas perdón, ve con Ananda; échate a sus pies y pídele que te perdone. Él lo disfrutará.
Conseguir mantener la calma en cualquier situación... Siempre sacar el lado positivo a las cosas... Cuándo podemos perdonar a una persona... Aceptar el perdón de otra persona puede engrandecer el ego...
LAS TRES REJAS
Un joven discípulo dijo a un sabio filósofo:
- Maestro, un amigo de usted estuvo hablando mal a sus espaldas.
- Espera, le interrumpió el filósofo. ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
- ¿Cuáles son la tres rejas?
- Te explico:
La primera reja es la Verdad. ¿Estás seguro que es totalmente cierto lo que vas a contarme?
-¡No! Lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, la Bondad. ¿Lo que me vas a decir es bueno para alguien?
- No, al contrario.
- La última reja es la Necesidad. ¿Es necesario que yo sepa lo que vas a contarme?
- No, no es necesario.
Entonces, dijo el sabio sonriendo:
- Si no es verdadero, ni bueno ni necesario, será mejor olvidarlo para siempre.
No permitas que malos comentarios, chismes y personas mal intencionadas dañen tu paz y tu tranquilidad. Y cuando vayas a repetir algo no olvides pasarlo por las tres rejas.
LA MUÑECA QUE QUERÍA SABER
Quería ver el mar a toda costa. Era una muñeca de sal, pero no sabía lo que era el mar. La muñeca Un día decidió partir. Era el único modo de poder satisfacer su deseo. Después de un interminable peregrinar a través de territorios áridos y desolados, llegó a la orilla del mar y descubrió una cosa inmensa, fascinadora y misteriosa al mismo tiempo. Era el alba, el sol comenzaba a iluminar el agua encendiendo tímidos reflejos, y la muñeca no llegaba a entender. Permaneció allí firme, largo tiempo, como clavada fuertemente sobre tierra, con la boca abierta. Ante ella, aquella extensión seductora. Se decidió al fin.
Preguntó al mar:
- Dime: ¿quién eres?
- Soy el mar.
- ¿Y qué es el mar?
- Soy yo.
- No llego a entender, pero lo desearía tanto… Explícame lo que puedo hacer.
- Es muy sencillo: tócame.
Entonces la muñeca cobró ánimos. Dio un paso y avanzó hacia el agua. Después de dudarlo mucho, tocó levemente con el pie aquella masa imponente. Obtuvo una extraña sensación. Y, no obstante, tenía la impresión de que comenzaba a comprender algo. Cuando retiró la pierna, descubrió que los dedos del pie habían desaparecido. Quedó espantada y protestó:
- ¡Malvado! ¿Qué me has hecho? ¿Dónde han ido a parar mis dedos?
El mar replicó imperturbable:
- ¿Por qué te quejas? Simplemente has ofrecido algo para poder entender. ¿No era eso lo que pedías?
La otra insistía: - Sí… Es cierto, no pensaba… Pero… Reflexionó un poco. Luego avanzó decididamente dentro del agua. Esta, progresivamente, la iba envolviendo, le arrancaba algo, dolorosamente. A cada paso la muñeca perdía algún fragmento. Cuanto más avanzaba se sentía disminuida de alguna porción de sí misma, y le dominaba más la sensación de comprender mejor. Pero no conseguía aún saber del todo lo que era el mar. Otra vez repitió la acostumbrada pregunta:
-¿Qué es el mar?
Una última ola se tragó lo que quedaba de ella. Y precisamente en el mismo instante en que desaparecía, perdida entre las olas que la arrastraban llevándosela no se sabe dónde, la muñeca exclamó: ¡Soy yo!
LA CUERDA DE LA VIDA
Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el
Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación.
Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin
compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más
tarde. No se preparó para acampar, sino que siguió subiendo
decidido a llegar a la cima, hasta que se hizo la oscuridad. La
noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no
podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero
visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por
las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima,
resbaló y se desplomó por los aires…
Caía a una velocidad
vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que
pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser
succionado por la gravedad. Seguía cayendo… y en esos
angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los
gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a
morir; sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que
casi lo partió en dos…Sí, como todo alpinista experimentado,
había clavado estacas de seguridad con candados a una
larguísima soga que lo amarraba de la cintura. Después de un
momento de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas
sus fuerzas:
-¡¡¡Ayúdame Dios mío!!!…
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
-¿QUÉ QUIERES QUE HAGA, HIJO MIO ?
-Sálvame, Dios mío
-¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?
-Por supuesto, Señor
-ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE…Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró
más a la cuerda y reflexionó…
Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron
colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado
fuertemente con las manos a una cuerda…A TAN SOLO DOS
METROS DEL SUELO…
¿Y tú ? ¿Qué tan confiado estás de tu cuerda?
¿Por qué no la sueltas?
INSULTO A BUDA
Buda estaba trasmitiendo sus enseñanzas a un grupo de
discípulos cuando un hombre se le acercó e insultó, con intención de agredirlo.
Ante la expectación de los allí presentes, Buda reaccionó con absoluta
tranquilidad, quedándose quieto y en silencio.
Cuando el hombre se fue, uno de los discípulos -indignado
por tal comportamiento-, preguntó a Buda por qué había dejado que aquel extraño
lo maltratara de ese modo.
Buda respondió con serenidad: “si yo te regalo un caballo
pero no lo aceptas, ¿de quién es el caballo?”. El alumno, tras dudar un
instante, respondió: “Si no lo aceptase, seguiría siendo tuyo”.
Buda asintió y le explicó que, aunque algunas personas
decidieran gastar su tiempo regalándonos insultos, nosotros podíamos elegir si
queríamos aceptarlos o no, como haríamos con cualquier otro regalo. ”Si lo
coges, lo aceptas, y si no, el que te insulta se queda con el insulto en sus
manos”.
No podemos culpar al que injuria
porque es decisión nuestra aceptar sus palabras en lugar de dejarlas en los
mismos labios de los que salieron.
LA TAZA DE TÉ
El profesor llegó a la casa del maestro zen y se presentó
haciendo alarde de todos los títulos que había conseguido en sus largos años de
estudio. Después, el profesor comentó el motivo de su visita, que no era otro
que conocer los secretos de la sabiduría zen.
En lugar de darle explicaciones, el maestro le invitó a sentarse
y le sirvió una taza de té. Cuando la taza rebosó, el sabio, aparentemente
distraído, siguió vertiendo la infusión de manera que el líquido se derramaba
por la mesa.
El profesor no pudo evitar llamarle la atención: “la taza
está llena, ya no cabe más té”, le advirtió. El maestro dejó la tetera a un
lado para afirmar: “Usted es como esta taza, llegó colmado de opiniones y
prejuicios. A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada”.
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ABANDONA TODA ESPERANZA DE RESULTADOS
Osho
Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí mismo, en iluminarse. Toda su vida había
buscado un maestro que le enseñara la meditación. Había ido de maestro en maestro, pero no
sucedía nada.
Pasaron los años, y estaba ya cansado, exhausto. Entonces alguien le dijo:
-Si de verdad quieres encontrar a un maestro tendrás que ir al Himalaya. Allí vive uno, pero
tendrás que buscarle. Una cosa es cierta, el maestro se encuentra allí. Nadie sabe
exactamente dónde, pero cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía
más en las cordilleras Himalayas.
El hombre se estaba haciendo viejo, pero hizo acopio de valor. Durante dos años trabajó para
ganar el dinero del viaje y se puso en camino; se trata de una vieja historia. Así que tuvo que
viajar en camellos, en caballos y después seguir a pie hasta alcanzar el Himalaya. La gente le
decía:
-Sí, conocemos al anciano, es muy viejo; uno no puede saber qué edad tiene, quizá trescientos
años, o incluso quinientos años, nadie lo sabe. Vive por aquí, pero el sitio exacto no lo
sabemos. Nadie sabe exactamente por dónde para, pero anda por aquí. Si buscas con empeño
lo encontrarás.
El hombre buscó y buscó y buscó. Durante dos años estuvo vagando por el Himalaya. Estaba
cansado, exhausto, absolutamente exhausto; viviendo sólo de frutos salvajes, hojas y hierbas.
Había perdido mucho peso. Pero estaba determinado a encontrar a ese hombre. Merecía la
pena, aunque le costara la vida.
Y ¿puedes imaginártelo? Un día vio una pequeña cabaña, una cabaña de paja. No tenía puerta.
Miró dentro, pero allí no había nadie. Y no sólo no había nadie, sino que todo indicaba que
durante años no había habido nadie.
El hombre cayó al suelo. De puro cansancio dijo:
-¡Me rindo!
Se encontraba allí, tumbado bajo el sol, con la fresca brisa del Himalaya.
Y por primera vez, empezó a sentirse tan feliz... ¡Nunca había sentido tal dicha! De repente se
sintió lleno de luz. De repente todos los pensamientos desaparecieron, de repente se
transportó, y sin razón alguna, porque no había hecho nada.
Y entonces se dio cuenta de que alguien se inclinaba hacia él. Abrió los ojos. Allí estaba. Un
hombre muy anciano.
Éste, sonriendo, dijo:
-Así que has venido. ¿Tienes algo que preguntarme?
-Así que has venido. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre contestó:
-No.
-No.
Y el anciano se rió, dio grandes carcajadas que resonaron en el eco de los valles.
-¿Sabes ahora que es la meditación?
-¿Sabes ahora que es la meditación?
Y el hombre dijo:
-Sí.
-Sí.
En ese rendirse,
todos los esfuerzos mentales orientados a una meta desaparecieron, todas las tentativas
desaparecieron. Y la dicha se vertió sobre él. Se quedó en silencio, ya no era nadie, y tocó el
último estrato del no-ser. Entonces supo lo que era la meditación.
La meditación es un estado mental sin metas.
Abandona toda esperanza de resultados.
Y entonces no hay necesidad de ir a ninguna parte. Exclamaré desde muy dentro: "Me rindo."
Y el silencio descenderá, la bendición me rociará.
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